domingo, 9 de diciembre de 2012

Granvía Uno - restaurante gastronómico Trufa Blanca

Recientemente hemos visitado este nuevo proyecto y la experiencia ha sido muy gastrochic: disfrutamos de una excelente comida en el restaurante Trufa Blanca, seguida de un agradable combinado en el cocktail bar.
Se trata de un ambicioso espacio, ubicado en un enorme local de dos plantas ganado al subsuelo de un emblemático edificio de la vía más popular de la capital. El inversor extranjero que lo ha levantado no ha escatimado esfuerzos para implantar una fórmula ganadora y que le proporcione un éxito duradero: decoración, variedad de espacios, personal y cocina. Tan solo la ubicación, en plena calle Gran Vía, puede resultar un hándicap para el público no habituado a ir a aquella zona.
A la entrada, la opción de picoteo y mesas altas en el más informal Open Bar, que se extiende hasta el fondo de la enorme planta a pie de calle, con una decoración industrial, urbana y de estilo muy neoyorquino. A los más nacionales “pinchos”, tostas e ibéricos, se añade una selecta variedad de platos italianos (pizzas artesanas, panuozzo y pasta), a precios muy razonables, confeccionados por personal especializado y con unas técnicas esmeradas (como muestra, el horno de última generación).
El Restaurante de Granvía Uno
En la planta baja, tras atravesar el impresionante cocktail bar, de decoración ampulosa y atendido por profesionales del combinado, se accede al restaurante Trufa Blanca.
La coctelería de Granvía Uno
Una vez aquí, observamos que el comedor está decorado de forma ecléctica, con profusión de elementos estéticos contundentes: paredes de ladrillo visto, lámparas de cobre de estilo árabe, sillas y butacas de terciopelo morado, suelo ajedrezado en mármol negro y blanco, techos oscuros y alacenas y otros muebles a medida de gran clase. Las mesas están suficientemente separadas entre sí y la iluminación es adecuada. El mando lo ejerce Miguel Ángel Mateos, joven cocinero navarro, emergente en el panorama culinario español tras el espaldarazo que le supuso su paso por El Bulli de Ferrán Adriá. La carta de este restaurante -que ofrece cocina de mercado e internacional- es muy completa si bien, precisamente por su amplitud, reconocemos que puede resultar complicado mantener en lo alto el listón de la calidad de los platos. Nuestra experiencia ha sido sumamente grata, desde el punto de vista gastronómico: excelente la croqueta de carabinero “XL” y la cecina de león con almendras, perdiendo en la comparación los gambones crujientes; entre los segundos platos, muy bueno el solomillo a la parrilla y muy logradas las mollejas a la brasa con salsa chimichurri. La próxima vez probaremos uno de los arroces, así como los pescados. Los postres de chocolate son especialidad de la casa… no hay que dejarlos pasar.
El servicio está muy atento y quizá demasiado encima en ocasiones y demasiado lejos en otras, pero nada extraño dada la corta vida del negocio. Los precios son medio-altos, en consonancia con el nivel de la comida y la suntuosidad del entorno (aun así, más económicos que los de otros “multiespacios” como Ramsés). Los vinos son, igualmente, variados en orígenes y precios.
Sin duda alguna nos encontramos ante una de las aperturas más relevantes de la temporada, y deseamos que se consolide en el panorama gastronómico madrileño aprovechando la afluencia de público durante las fiestas navideñas.
Precio medio: 35€ por persona, bebidas aparte.
Nuestra valoración general: 8/10.
GastroTip: el Open Bar, más informal, es perfecto para las cenas de grupo navideñas o para comer tras una jornada de compras por la zona. Trufa Blanca está más indicado para comidas de negocios y celebraciones especiales.

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