Hacía mucho tiempo que no cenábamos en este restaurante, creado por el mítico actor de teatro, Adolfo Marsillach. Solíamos frecuentarlo hace años porque nos gustaba su estilo cosmopolita, con público un tanto bohemio y encontrábamos algunos platos interesantes; además, después de la cena nos quedábamos a tomar una copa en la planta baja.
La decoración de Café Oliver combina piedra y madera (también presentes en las mesas) asientos tapizados en rojo oscuro; luces atenuadas y camareros de aspecto extranjero que junto con los dueños, que suelen estar presentes, al menos por la noche, le dan un toque afrancesado, tipo bistró. Azul oscuro en la fachada y ventanales de madera con vistas a la calle Almirante, esquina a Conde de Xiquena. Aunque dicen tener aparcacoches, jamás lo hemos visto y como se aparca muy mal por la zona, solemos terminar en el parking - relativamente cercano- de la Plaza de las Salesas.
Desde el punto de vista gastronómico es fácil encuadrarlo en la cocina mediterránea, con platos de España, Marruecos, Francia o Italia. De la carta recomendaríamos los keftas y el hummus con pan de pita para compartir como entrantes; como plato principal, sugerimos probar el risotto cremoso con txangurro, el confit de pato (que cada vez lo encontramos en menos restaurantes), servido en una gran fuente de hornear con patatas panaderas, o su steak tartare, aceptable y con grandes patatas fritas.
Las mesas están un tanto juntas, sobre todo en la zona del fondo y no favorecen una conversación muy íntima, aunque curiosamente esa parte se destina sobre todo a parejas. Tienen una barra con altos taburetes de madera -de los que ya no se suelen encontrar en los bares- donde beber algo mientras esperas que te preparen la mesa y además, en la planta baja hay un espacio para copas, llamado Velvet Bar. Estos últimos años el restaurante apenas ha cambiado, con prácticamente los mismos platos en la carta y aunque el precio es razonable para la calidad, posiblemente ha quedado superado por la amplia oferta de restaurantes con más atractivo por la zona, especialmente, hacia el interior de Chueca. Prueba de ello es que han ido cerrando otros muy cercanos y que de hecho también eran atractivos, como Kikuyu o Medina.
Fue uno de los restaurantes pioneros en poner en marcha el brunch, experiencia de origen anglosajón que nos encanta. Tiene un menú diario a 14,5€, incluyendo el tradicional café-vino-postre y menús para grupos, oscilando entre los 29€ y 38€.
Precio medio: 30€ por persona, sin vino.
Nuestra valoración general: 7/10
GastroTip: para cenar más que comer; público de edad media, estilo informal. Recomendable el brunch (domingos).
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