Los bajos del edificio situado en el número 102 de la calle de Velázquez albergan este nuevo restaurante, adyacente a Boggo (del que publicábamos nuestra experiencia recientemente). Ofrece cocina de mercado sin complicaciones en un entorno moderno, con un público joven y con la posibilidad de continuar la velada en la zona de copas (planta inferior).
El Tártaro ha llegado hace tan solo tres meses a la escena gastronómica madrileña, cargado de buenas intenciones, y dispuesto a hacerse un nombre entre los restaurantes fashion del momento. Sin embargo, después de haber cenado aquí hace un par de días, para nosotros responde más al concepto pop-up restaurant (de “quita y pon”), acuñado en Nueva York para describir aquellos restaurantes más centrados en la puesta en escena que en los aspectos culinarios, que aprovechan el impulso promocional inicial y se abren un hueco en la vida gastronómica de esta urbe, para desaparecer a las pocas temporadas.
El local tiene dos ambientes: el inferior o “club”, más informal, elegantemente decorado con un gran espejo ovalado, un sofá chester y una barra en tonos oscuros, ofrece desde desayunos hasta cócteles, pasando por pinchos. El superior, dedicado a la comida a la carta (es decir, el comedor principal), decorado en tonos grafito y blanco, con poca ornamentación en las paredes pero con las mesas elegantemente vestidas. Lamentablemente, la que iba a ser nuestra mesa estaba siendo utilizada por los camareros como apoyo para su trabajo y nos tuvimos que conformar con otra al fondo del salón, en la zona menos acogedora y junto a la entrada a la cocina. Nos llamaron la atención dos cosas al acceder a esta planta superior: la tardanza de la jefa de sala en aparecer y la presencia de un cortador de jamón, en sintonía con el principio de utilización de productos tradicionales españoles que preside la carta. Así, encontramos platos a base de jamón y lomo ibéricos, anchoas, bacalao (lomos, cocochas y ahumado), callos, merluza, berberechos, espárragos, lacón, pulpo… Nosotros nos decantamos por la tarta tibia de berenjena con salmón ahumado, muy rica al igual que el aperitivo de revuelto de morcilla con que nos obsequiaron al llegar. Como plato principales, escogimos el steak tartar (muy bueno y abundante, preparado en nuestra presencia), acompañado de ¡diecisiete! mini-tostadas (habría sido preferible un número inferior pero de pan tostado de verdad) y la suprema de pato con salsa de mostaza, correcta aunque el magret nos resultó algo basto. De postre tomamos filloa rellena de crema, muy rica, pero había muchas más opciones (brownie, arroz con leche, etc.). En general, los precios son moderados, especialmente los de los vinos, muchos de ellos por debajo de 18 euros.
El servicio fue atento, si bien aún se aprecia cierta inexperiencia, compensada con las buenas formas y predisposición que mostraron.
Pese a que los responsables del restaurante manifiestan en su página web que lo primordial es la comida y la calidad de las materias primas, creemos que falta evolucionar en la preparación de los platos y en el cuidado de los detalles –tanto culinarios como decorativos- para conseguir un disfrute más completo de la experiencia gastronómica. A día de hoy no hay una línea argumental culinaria bien definida sino más bien una amalgama, más o menos lograda, de platos y productos tradicionales de la cocina nacional. Quizá El Tártaro tiene espíritu de permanencia y lo que ocurre es, simplemente, que necesita más rodaje.
Precio medio: 30€ por persona, bebidas aparte.
Nuestra valoración general: 7/10
GastroTip: buena opción para parejas. Merece la pena el steak tartar.
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