Situado en la calle Álvarez de Baena, cerca del bonito edificio del Instituto de Empresa, Zalacaín es desde hace muchos años una referencia gastronómica nacional. De hecho, pese a que en los últimos años han ido abriendo restaurantes de alto nivel, algunos de ellos comentados en este blog, para nosotros sigue siendo el máximo exponente de la cocina de lujo en Madrid; claramente consolidado tras nada menos que treinta años y uno de los pocos con “5 tenedores”, como consta en su puerta de entrada. Actualmente, tiene una estrella Michelín y tres soles Repsol y figura en guías gastronómicas de todo el mundo. No es un restaurante para “ver y ser visto”. Está por encima de ese concepto aunque es frecuentado por políticos, empresarios del máximo nivel y personalidades internacionales.
No pretendemos descubrir Zalacaín a estas alturas sino transmitir nuestra experiencia a todos aquellos que, como nosotros, pudiesen tener ciertos temores preconcebidos hacia este restaurante. Hemos estado en dos ocasiones, ambas con motivo de alguno de nuestros cumpleaños y si bien la primera fuimos atraídos por la fama que le precede, la segunda, un año después, repetimos porque sabíamos que la comida sería excelente, en un ambiente distinguido y con servicio impecable. Pero lo más importante es que nos sentimos muy cómodos y muy bien acogidos en este restaurante, gracias a la amabilidad y sencillez del servicio, lejos de cualquier atisbo de comportamiento pomposo o rancio.
Su decoración es clásica, un tanto anticuada, en color asalmonado con varios salones adornados en general elegantemente aunque en algunos puntos el ambiente pueda resultar algo recargado. Tras haber cenado allí, se comprende que huye conscientemente del toque modernista, porque lo que se quiere transmitir es precisamente un ambiente distinguido, con la constancia y excelencia en la comida como elementos clave. Por todo lo anterior, la clientela habitual ronda la mediana edad y se exige cierta etiqueta: en concreto, chaqueta y corbata para los hombres.
Se trata de una cocina (vasco-navarra en origen) de gran calidad y cuidado por la materia prima que busca el perfeccionismo en los detalles (vajilla de Villeroy-Boch, cubertería de plata Meneses, etc.). Te ofrecen platos elaborados, con atractivas recetas y unos productos muy apetecibles (en ocasiones exquisitos), sin buscar las apuestas innovadoras que priman en otros restaurantes de alta cocina. Entre los entrantes, hemos probado con gran deleite, la terrina de foie, los raviolis rellenos de setas, trufas y foie de oca y los huevos escalfados con patata confitada y gambas gratinadas; como platos principales, nos decantamos por la lasaña gratinada con boletus edulis e hígado de oca, la manita de cerdo rellena de setas y cordero y el tartar de lubina con caviar. Como colofón, entre los postres nos encantó el volcán de chocolate a las cuatro especias con helado de pistacho.
En cuanto a la selección de vinos, la bodega es excelente con referencias de todas las denominaciones de origen españolas y un buen surtido de vinos extranjeros, pero lo más relevante realmente es que su responsable es Custodio Zamarra, sommelier de reconocido prestigio, un gurú en la materia.
Precio medio: elevado. Del orden de los 75€ por persona, vino aparte.
Nuestra valoración general: 9,5/10
Gastro Tip: excelente comida y servicio. Para celebraciones muy especiales, en pareja o en familia. Ambiente serio y elegante.
Nuestra valoración general: 9,5/10
Gastro Tip: excelente comida y servicio. Para celebraciones muy especiales, en pareja o en familia. Ambiente serio y elegante.
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